dijous, de novembre 01, 2012

BEGUINAS Y MÍSTICAS EN LA EUROPA MEDIEVAL. 2ª PARTE

Continúa de la entrada anterior 2/2

http://terraxaman.blogspot.com.es/2012/11/beguinas-y-misticas-en-la-europa.html


Permitídme que incluya un exhaustivo análisis sobre las:



Místicas medievales.





La mirada del siglo XX posada sobre la Edad Media descubre atónita la presencia de la escritura femenina. La voz de las mujeres no suena por primera vez en la historia, pero es nueva en Occidente la fuerza y la centralidad con las que brota el discurso femenino acerca de la experiencia espiritual, que es, con frecuencia, visionaria y mística. Los sonidos que emite esa voz no son unívocos, sino diversos, como diversas son, en primer lugar, las lenguas.
Desde el latín de la tradición a todas y cada una de las lenguas maternas, un complejo tejido de voces dialoga. Son voces que se despliegan en el espacio y en el tiempo; suenan unas veces al norte, otras al sur, ahora al este, ahora al oeste de Europa. A veces se las oye con intensidad en un lugar concreto, en una época y en una lengua; otras veces, en cambio, se alzan con fuerza en otro idioma y en otra tierra. Y así, desde el siglo XII al XV, la escritura mística femenina se construye multiforme y diversa. Pero en su diversidad hay algo que la unifica y permite reconocerla; algo que, como un eco constante, repite siempre su llamada a poner en palabras la experiencia.
La mujer ha ocupado siempre un lugar secundario, en el mejor de los casos, en la manifestación externa, en el exoterismo, de las tres religiones abrahámicas. Tanto el judaísmo, como el cristianismo o el Islam, en sus momentos fundacionales, supusieron avances significativos en la liberación relativa de la mujer respecto a la situación social de su época. Así el apóstol Pablo recuerda: En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Gálatas III, 27-28) y el Corán equipara una y otra vez a hombres y mujeres, por ejemplo: Dios ha preparado perdón y magnífica recompensa para los musulmanes y las musulmanas, los creyentes y las creyentes, los devotos y las devotas, los sinceros y las sinceras, los pacientes y las pacientes ... los que y las que recuerdan mucho a Dios. (Corán XXXIII,35). Las mujeres místicas del Islam y del judaísmo, serán objeto de otro estudio en éste mismo bloc.





La sufí Rabia al-Adawiyya.


Sin embargo, al irse consolidando como religiones establecidas, sus dirigentes -varones-, en lugar de continuar profundizando en el proceso, fueron poco a poco fosilizando la situación volviendo a colocar a la mujer en una posición inferior al varón, cuando no le imponían, además, cargas absolutamente injustas e injustificables que nada tenían que ver con el espíritu de las respectivas religiones. Y mientras tanto, si no quedaba más remedio que alabar la cimas espirituales alcanzadas por alguna mujer, se acababa diciendo de ella «que Dios la había hecho varón».
Además de las grandes y conocidas místicas de la tradición cristiana, como pudieron ser santa Clara, Teresa de Jesús y tantas otras, el cristianismo está, desde sus primeros tiempos, poblado de mujeres -anónimas en muchos casos, y desconocidas para la mayoría en otros- que han representado la savia vital que ha mantenido viva la tradición. La historia real de la humanidad se sustenta, en buena parte, en vidas escondidas, ocultas, y, sin embargo, vidas desbordantes de riqueza, de una riqueza y una fuerza que gracias a las cuales vivimos nosotros. Las instituciones sobreviven gracias a esas gentes escondidas que viven una vida interior viva, fluida y rica.
Toda la vida espiritual, en el fondo, no es más que un fluir, es como un río que fluye desde la eternidad hasta nosotros y que fluye de una manera oculta. El río está siempre, pero está escondido, el río está dentro pero oculto y de vez en cuando, como al río Guadiana, aflora. Hay momentos históricos en que ese fluir de la vida interior brota, surge, se revitaliza y aparece y lo hace concretándose en grandes hombres y mujeres que dan a la vida espiritual una fuerza que durante siglos había permanecido oculta. La vida espiritual es una corriente que no se ha interrumpido nunca, pero que nosotros no conocemos más que en el momento en que aflora a la superficie.





En esta vida espiritual, fluyente y rica, han cumplido un papel fundamental las mujeres. Hay grandes mujeres místicas de todas las religiones, que han hecho con su vida y su doctrina que ese río aumente, que esa vida espiritual sea grande, sea positiva, sea inmensa, y muchas de esas mujeres las desconocemos. Querríamos empezar a hablar de aquellas de las que nadie habla, de aquel mundo de mujeres que han mantenido con una fe y una vida espiritual riquísima un mundo fluido y escondido, gracias a las cuales nosotros podemos estar aquí, pero antes nos gustaría detenernos en dos mujeres que han marcado el inicio del cristianismo y que, por encima de sus realidades históricas, han encarnado en su momento el arquetipo de importantes aspectos de la actitud mística, de ese camino que siempre aspira a, que no se conforma con menos que, la Unión con la Divinidad (al margen de la forma en que las distintas teologías intenten explicar en qué consiste esta unión).
Dios era masculino y los intérpretes oficiales de su Palabra también eran hombres. Solo en los autores antiguos (los Padres) residía la autoridad. Los/las productores de textos contemporáneos eran meros comentadores que avanzaban el conocimiento en dialogo con los antiguos autores. Es decir,  se utiliza la autoridad de los antiguos autores (masculinos) para dotar a los textos nuevos de autoridad. Se avanza en el conocimiento, pero siempre dentro de ese marco referencial en el que la autoridad está en el antiguo autor.
La mujer tiene prohibido ahora acceder a traducir y a comentar la Escritura porque no entra en el cuadro del conocimiento referencial (son “iletradas”).
Nuestras místicas son conscientes de estar en el origen de una experiencia de relación personal que se les impone, de tener algo que decir, de ser “autoras”. Y es precisamente desde esta originalidad (de saberse en el origen) de la experiencia que se les impone, no pueden dejar de dar testimonio con el que avalar la veracidad de sus afirmaciones extáticas sobre Dios. Sus escritos o los relatos biográficos (en el caso de las Vidas) se fundamentan en el recurso a su propia experiencia como sujetos individuales para justificar sus afirmaciones.




Consecuentemente, en su experiencia personal no solo reside su autoría, sino que también su autoridad. Por eso, aún siendo lectoras asiduas de la Biblia y conociendo, en muchos casos, los escritos de los espirituales antiguos y contemporáneos raras vez los citan en sus escritos. Sus escritos no se afirman en los antiguos autores, sino en su propia experiencia. Incluso en sus afirmaciones más atrevidas sobre los grados de unión con la divinidad que habrían alcanzado en esta vida. Son recorridos introspectivos e íntimos que deshacen tópicos, abren nuevos horizontes y conducen a nuevas tomas de conciencia.
La experiencia, y el lenguaje que la apodera, es percibida como envolvente trama con el Absoluto, como único espacio capaz de consignar los fragmentos luminosos de lo Indecible. Sorprendidas por la irrupción del Absoluto que siempre tiene la iniciativa, las místicas toman conciencia de ser “una subjetividad habitada” (según el modelo neoplatónico), de “padecer” a un Dios que se aplica a la larga paciencia de una relación. Es como si vivieran su experiencia en primera persona; pero comprendiendo que procede de Otro que se brinda a la relación y que apremia a la espera de “algo” que se presenta a la conciencia de otro modo. . “Es necesario que me anuncie, si verdaderamente quiero mostrar la bondad de Dios”. La experiencia mística se convierte así en la experiencia de la realidad del amor como acto de entrega; como un acto de conocimiento en la que el alma se conoce porque es conocida, ama porque es amada, y obligada, por la entrega de Dios.
Lo que más impresiona en el caso de la experiencia mística femenina, es que la acción divina no se desdeña en manifestarse a través del lenguaje humilde del cuerpo sexuado de la mujer. ¡Al contrario! Lo considera trámite adecuado de sentido de finitud, marginalidad, humildad, pobreza creatural y, paradójicamente y por lo mismo, como premisa para ir al encuentro de su plenitud, de una búsqueda de totalidad, de apertura potencial al Absoluto. El cuerpo femenino se hace carne de lo invisible y templo del Espíritu. Un cuerpo unido indisolublemente al espíritu por el que Dios se revela en el lenguaje misterioso de la iluminación y del éxtasis y que abre a la mente horizontes impensables de conocimiento de la verdad:
“… no sé nada ni puedo escribir: sino solamente lo que he contemplado con los ojos del entendimiento, ha resonado en los oídos de mi corazón y he sentido por todos los miembros de mi cuerpo la fuerza del Espíritu Santo”...





Texto atribuido a Angela de Foligno:

Pater Noster, qui és en Caelis, . nomen tuum Sanctifucetur. Adveniat regnum tuum Fiat voluntas tua, . sicut en Caelo et in terra Pare Nostre , que esteu en el cel santificat el vostre nom vingui el teu Regne es faci la teva voluntat a la terra com al cel. "Filia mea dulcis michi, mea filia, delectum meum, templum meum; filiació delectum meum, estima meva: quia tu es multum Amata a mi, multum plus quam teu m'estimis ". "Filla meva, dolç per a mi, la meva filla, la meva estimada, el meu temple, la meva filla, el meu estimat, Amame, ja que ha estat molt estimat per mi, molt més que you love em ". "Et ego Postquam colcavi em in te; dt dc Mode Colca et en mi". "I després m'he posat en tu, ara et posaràs en mi". "Ista est mea criatura.""Aquest és el meu criatura. " Pater Noster, qui és en Caelis, nomen tuum Sanctifucetur. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut en Caelo et in terra. Pare nostre, que esteu en el cel santificat el vostre nom vingui el teu Regne es faci la teva voluntat així a la Terra ., ja que és al Cel . et sentiebam dulcedinem divinam ineffabilem I vaig sentir una dolçor inefable diví. "Et ego Postquam colcavi em in te; Mode Colca et teu a mi." "I després m'he posat en tu, ara et posaràs a . en mi " . "Ista est mea criatura" "Aquest és el meu criatura". "Filia mea dulcis michi, mea filia, delectum meum, templum meum; filiació delectum meum, estima meva: quia teu és un multum Amata mi, multum més quam teu m'estimis ". "Filla meva, dolç per a mi, la meva filla, la meva estimada, el meu temple, la meva filla, el meu estimat, Amame, ja que ha estat molt estimat per mi, molt més del que m'encanta". " Et ego Postquam colcavi em in te; Mode Colca et teu en mi ". "I després m'he posat en tu, ara et posaràs en mi". "Ista est mea criatura". "Aquest és el meu criatura".



El despertar de lo real




Sostiene Evelyn Underhill que la vía mística comienza propiamente con el despertar del Yo a la conciencia de la Realidad Divina. Experiencia habitualmente abrupta y bien señalada que va acompañada de intensos sentimientos de alegría y exaltación. Es como si el sujeto emergiese de una existencia limitada y aparencial a un mundo superior, el mundo del ser, el mundo de lo real. Como si un Uno más grande agarrase su vida. Como si descubriesen que su existencia reposara en un ens fundamental que le hace posible y real.
El cristianismo ha llamado a esta experiencia “conversión”; que en caso de la conversión mística es un acontecimiento de particular de iluminación nítidamente distinto de los anteriores y que, además, no es ni preparado ni propiciado por ellos. Suele llevar implícita una súbita y aguda percepción de una realidad luminosa y seductora jamás antes percibida así. La conciencia cambia de súbito su percepción de lo ocurrente y un nuevo aspecto de lo real se precipita en ella. Es un acontecimiento de “ruptura de plano”, por el que Dios toca lo más nuclear del místico absorbiendo con su amor su corazón. Se produce un registro inmediato y directo, por contacto amoroso, con la realidad de Dios, que se hace sello cordial y claridad de conciencia que visibiliza de novedad todo lo vivido y conocido. Que estaba ahí y que ahora es conocido sin mediaciones en su misteriosa totalidad e unidad. Dios fundamentando totalmente la realidad en amor y gracia.




En el caso de las místicas medievales este acontecimiento está nítidamente consignado en la narración de sus itinerarios. En casi todas encontramos enfatizado su momento cronológico: En el año del Señor mil doscientos ochenta y seis, un domingo en la septuagésima, yo Perla, sierva de Cristo, estaba en la Iglesia, en misa…(Margarita de Oignt); Cuando siendo de 26 años de edad, en aquel lunes, para mi felicísimo, antes de la fiesta de la Purificación de la Virgen, después de completas…(Gertrudis); Cuando tenía solo 12 años fui saludada tan copiosamente por los dulces labios del Espíritu Santo… (Matilde de Magdeburgo); Y cuando tenía treinta años y medio de edad, Dios me envió una enfermedad… y en esto de repente, vi correr bajo la corona la sangre roja… y comprendí que era él Dios y hombre, quien sufría por mí, que era él quien me lo mostraba sin intermediarios… (Juliana de Norwich); Y Ángela de Foligno fecha su conversión en el viaje de Roma a Asís, después de la segunda venida a la basílica, ante una imagen de Cristo: He visto una plenitud, majestad inmensa, que no puedo describir. Me parecía todo bondad…. cuando se retiraba comencé a gritar y vociferar: ¡Amor desconocido! ¿Por qué te vas? ¡Amor desconocido! ¿Por qué, por qué, por qué? Pero resultaban estas palabras ininteligibles por quedar entrecortadas con los gritos. Entonces se ausentó dejándome con la certeza, sin la menor duda, de que era Dios 


Juliana de Norwich

En el caso de las místicas medievales este acontecimiento está nítidamente consignado en la narración de sus itinerarios. En casi todas encontramos enfatizado su momento cronológico: En el año del Señor mil doscientos ochenta y seis, un domingo en la septuagésima, yo Perla, sierva de Cristo, estaba en la Iglesia, en misa…(Margarita de Oignt); Cuando siendo de 26 años de edad, en aquel lunes, para mi felicísimo, antes de la fiesta de la Purificación de la Virgen, después de completas…(Gertrudis); Cuando tenía solo 12 años fui saludada tan copiosamente por los dulces labios del Espíritu Santo… (Matilde de Magdeburgo); Y cuando tenía treinta años y medio de edad, Dios me envió una enfermedad… y en esto de repente, vi correr bajo la corona la sangre roja… y comprendí que era él Dios y hombre, quien sufría por mí, que era él quien me lo mostraba sin intermediarios… (Juliana de Norwich); Y Ángela de Foligno fecha su conversión en el viaje de Roma a Asís, después de la segunda venida a la basílica, ante una imagen de Cristo: He visto una plenitud, majestad inmensa, que no puedo describir. Me parecía todo bondad…. cuando se retiraba comencé a gritar y vociferar: ¡Amor desconocido! ¿Por qué te vas? ¡Amor desconocido! ¿Por qué, por qué, por qué? Pero resultaban estas palabras ininteligibles por quedar entrecortadas con los gritos. Entonces se ausentó dejándome con la certeza, sin la menor duda, de que era Dios. Y usando un lenguaje erótico y atrevido nos dirá Hadewijch que “esta revelación fue concedida a una criatura simple e iletrada, viviendo en su carne mortal, en el año de nuestro Señor de 1373, el día 13 de mayo…todo esto me fue ordenado hace cuatro años en la fiesta de la Ascensión por Dios Padre en el momento en que su Hijo descendía sobre el altar. Al descender el me besó y con este signo quedé marcada.




Pero una vez constatado este acontecimiento, no es de menos señalar la reacción que en todas ellas propicia. En efecto, tal acontecimiento no se queda en el arrobamiento metafísico o en la delectación de lo sublime; sino que materializa en respuesta amorosa a la Realidad percibida. Es el comienzo de una relación perentoria, personal y holista entre el sujeto y la Vida Absoluta, porque para ellas la percepción íntima de lo divino hace referencia al Amor. Las místicas no despiertan a un Dios trascendente, sino inmanente. Despiertan a la realidad de un Dios que quiere estar en intima relación de amor con la criatura. Porque donde quiera que ellas miren, más que percibir una insuperable belleza cósmica, lo que perciben es la herida del Amor de Dios dentro de ellas. Entre las místicas y el Dios percibido como real e interno se establece un toma y daca de amor personal que ya no tendrá desenlace. Un punzante arrobamiento que nunca quisieran que se acabase y que transforma tanto su enunciación teologal como su existencia vital. Que Dios sea Dios para ti y que tú seas para él amor (Hadewijch). Estando en Dios-hombre el alma vive…Una vez Dios me aseguró que entre él y yo, nada se interponía. Desde entonces no hubo un solo día o en que no tuviese continuamente la alegría (Ángela de Foligno). Pues me dio tan dulce consuelo y me donó tan gran voluntad de hacer el bien que me pareció estar toda transformada y renovada (Matilde de Magdeburgo). Y usando un lenguaje erótico y atrevido nos dirá Hadewijch que “esta revelación fue concedida a una criatura simple e iletrada, viviendo en su carne mortal, en el año de nuestro Señor de 1373, el día 13 de mayo…todo esto me fue ordenado hace cuatro años en la fiesta de la Ascensión por Dios Padre en el momento en que su Hijo descendía sobre el altar. Al descender el me besó y con este signo quedé marcada.





Pero una vez constatado este acontecimiento, no es de menos señalar la reacción que en todas ellas propicia. En efecto, tal acontecimiento no se queda en el arrobamiento metafísico o en la delectación de lo sublime; sino que materializa en respuesta amorosa a la Realidad percibida. Es el comienzo de una relación perentoria, personal y holista entre el sujeto y la Vida Absoluta, porque para ellas la percepción íntima de lo divino hace referencia al Amor. Las místicas no despiertan a un Dios trascendente, sino inmanente. Despiertan a la realidad de un Dios que quiere estar en intima relación de amor con la criatura. Porque donde quiera que ellas miren, más que percibir una insuperable belleza cósmica, lo que perciben es la herida del Amor de Dios dentro de ellas. Entre las místicas y el Dios percibido como real e interno se establece un toma y daca de amor personal que ya no tendrá desenlace. Un punzante arrobamiento que nunca quisieran que se acabase y que transforma tanto su enunciación teologal como su existencia vital. Que Dios sea Dios para ti y que tú seas para él amor (Hadewijch). Estando en Dios-hombre el alma vive…Una vez Dios me aseguró que entre él y yo, nada se interponía. Desde entonces no hubo un solo día o en que no tuviese continuamente la alegría (Ángela de Foligno). Pues me dio tan dulce consuelo y me donó tan gran voluntad de hacer el bien que me pareció estar toda transformada y renovada (Matilde de Magdeburgo).
La mística es un ad-venir, un devenir, una aventura constantemente propuesta por la relación con la Alteridad; de un Absoluto que sorprende ofreciéndose en la densidad de una relación.





Los relatos autobiográficos son las fuentes directas para conocer el itinerario vital particularizado de cada mística. Ya el mero hecho de narrarse en proceso presupone, para la escritora mística, reconocerse en camino, viatora hacia el encuentro de una plenitud ansiada y nunca agotada. Plenitud que solo será alcanzada si la mística consigue hacer de sí un éxtasis completo en la identificación amorosa con lo divino. La historia existencial de cada mística es pues, el itinerario somático-espiritual-relacional recorrido hasta la perfecta consumación en el Amor de Dios.
La nomenclatura utilizada para describir este recorrido depende de las influencias culturales y espirituales del círculo de cada mística antes apuntadas: se puede utilizar el lenguaje erótico del Cantar o el lenguaje del amor cortés trovadoresco o el lenguaje visionario; pero todos quieren expresar el mismo proceso continuo que supone la perfecta consumación del Amor de Dios en una persona, en su cuerpo, en su identidad y singularidad irrepetible. Las escritoras místicas no nos muestran a Dios en espíritu, sino en su cuerpo, con su lenguaje, en su historia. Porque el Dios de las místicas es el Dios cristiano, el Dios “corporalizado”, el Verbo encarnado, con el que se relacionan, al que se unen y el que las salva.
En el caso de la sistematización literaria del itinerario (los tratados místicos propiamente dichos) hay que decir que las místicas han sabido reflexionarlo, conceptuarlo y argumentarlo (y en muchos casos narrarlo magistralmente) desde su propio proceso personal. Ángela de Foligno señala que había experimentado en sí misma treinta pasos o cambios que hace el alma avanzando por el camino de la perfección. Hadewijch en su carta 20 describirá las 12 horas del Amor por las que Dios se descubre progresivamente a sus amantes. Beatriz  Nazareth, por su parte, sistematizará en un pequeño tratado casi poemático “Siete formas de amor que provienen de lo más alto y a lo más alto vuelven”, el camino ascendente sin ataduras del alma, fundamentado en su propia experiencia.





En las místicas todo empieza con el deseo. Apasionadas amantes del Amor, utilizan lenguaje de enamoradas. Suspiran, penan por el Amado, se sienten atraídas por su belleza, abandonadas, o desconsoladas cuando se ausenta. Y esto de forma eminente porque su amor es más ardiente, porque su Amado es mucho más real. Le vi y le busqué; le tuve y le desee (Juliana de Norwich). Y es que, para las místicas, no es posible un perfeccionamiento de la relación de amor sino es objeto de deseo. Este solo puede ser suscitado si es descubierto como una especie de gracia, como un don cuya fuente se desconoce, pero que nos “sobreviene” y nos introduce en un estado de admiración y asombro. Desean, porque se han abierto a la sorpresa de un amor de Dios del que ahora son conscientes; que estaba ahí pero que ahora se ha manifestado. El deseo es, pues, la respuesta personal a la certeza maravillada de saberse amadas; el impulso de su búsqueda y el receptáculo colmado de la unión.
El deseo es también, en palabras de Hadewijch, “la virtud que nos hace libres”; es decir, la quid fundamental de resistencia por el que las místicas acceden intrépidas a espacios de búsqueda, libertad y conocimiento en Dios aún fuera de los cauces religiosos al uso. Este anhelo ardiente de amor en femenino (carnal e inmediato, sin escisión entre lo físico y espiritual) encendido por Dios mismo y que solo Dios puede colmar, nadie lo puede contener. Sería como tratar de “detener los esfuerzos de una mujer cuando está en parto”. Porque, ¿cómo no amar al Amor?, si ...“En lo más profundo de su Sabiduría aprenderás lo que es él y qué maravillosa suavidad es para los amantes habitar en el otro…gozan recíprocamente uno del otro, boca con boca, corazón con corazón, cuerpo con cuerpo, alma con alma, y una misma naturaleza divina fluye y traspasa a ambos. Cada uno está en el otro y los dos pasa a ser la misma cosa y así han de quedar”.
Dios no es para nuestras místicas ninguna sublimidad metafísica, ninguna especulación teológica. Dios es Cristo, el Dios humanado al que experimentan y reconocen con todo su cuerpo. Frente a la abstracción teológica, las místicas contrapusieron la concreción de la humanidad de Jesucristo en la historia del mundo.




Experimentar a Cristo y su amor divino humanado supone, además, un desbordamiento de los sentidos espirituales, o lo que es lo mismo, encender todas las dimensiones corporales de la recepción de lo espiritual.”Oh solsticio eterno, morada segura, lugar deleitoso, paraíso de delicias, bañado por ríos de inestimables caudales, tu regalas con suaves músicas espirituales y recreas suavemente con dulce melodía, exquisitos perfumes, dulzura meliflua de sabores interiores y transformas las caricias en abrazos… ¡Oh, cómo decir qué ve, qué entiende, qué respira, qué gusta, qué siente!”.
Casi todas las místicas medievales han tenido experiencia visionaria. Evelyn Underhill cataloga las visiones en tres tipos según el grado de externalización, por parte del sujeto, de las intuiciones percibidas en el interior de la conciencia: visiones intelectuales (las más espirituales, íntimas e inefables, recibidas por el entendimiento sin base física, ni discurso oral), imaginarias (las más simbólicas, son iluminaciones recibidas por el entendimiento) o corporales(percibidas por el ojo humano, descritas como reales, pero introducidas por un “como si” que nos revela su inconsistencia material). En nuestras místicas encontramos los tres tipos: las visiones intelectuales de Cristo son comunes a todas ellas; las visiones imaginarias las encontramos en los sueños poéticos de Matilde, las alegorías visionarias de Hadewijch o los “matrimonios místicos” y las visiones corporales en Juliana de Norwich, por ejemplo; pero también encontramos visiones proféticas en el caso de Hildegarda.
La visión es una locución, una pretensión de decir lo Inefable. Un esfuerzo de la mente humana profunda para mostrar la verdad a la inteligencia superficial. Tiene, pues, una función mediadora: explicar la experiencia acontecida como revelación. Las visiones son como un velo que separa y une la palabra y lo inefable. Sirven para transmitir lo que acontece en ese mundo imaginario, en esa “tierra de las visiones” (Henry Corbin) que no pertenece ni al cielo ni a la tierra; sino que está situado en el corazón del orden simbólico, lugar de la mediación, y al que las místicas acceden mediante su mirada interior, “el ojo del entendimiento” que contempla y ve.




Las visiones, en cuanto género literario, suelen tener una estructura determinada. A menudo comienzan con una referencia a un contexto litúrgico o a la situación anímico-espiritual de la mística. Tras este preámbulo se nos relata una experiencia de otro nivel a la que se accede con una fórmula introductoria del tipo “Y se me apareció” o “fui tomada en el espíritu” y a partir de aquí una serie de imágenes figurativas o simbólicas que visualizan imaginativamente chispazos de entendimiento que se proyectan en su espíritu. Todo ello de un modo descriptivo, intenso y profundo; inventando imágenes y grandes y bellas arquitecturas. Por último, la visionaria “regresa a sí misma”, es decir, a la realidad de lo aparente.
El objetivo final de las visiones no es la observación y narración gregaria de los acontecimientos visionados, sino declarar la revelación mediante la que la mística cobra conciencia de lo Absoluto, La visión obliga, pues, una transmutación interior por elevación de todo el yo a la condición en que tiene lugar la unión consciente y permanente con el Absoluto.
Quien ha entrevisto lo Perfecto, se siente incitado a ser perfecto. La mística es el despertar a la conciencia de una Realidad que trasciende el mundo normal de lo aparente.
Nuestras místicas son escritoras, sujetos de enunciación muy conscientes de su capacidad y derecho de escribir. Sus escritos bastarían por si solos para ocupar un lugar en la literatura (muy a menudo, son los primeros escritos en su lengua vernácula).
Escritoras, por tanto, a las que Dios quiere hacer escribir. Autoras que apelan directamente a la divinidad reconocida en sí mismas como pauta y medida para decir su experiencia y crear así un espacio de libertad para ser y decirse.“Y me ordenó una cosa de la que frecuentemente me avergüenzo, porque tengo presente mi gran indignidad: impuso a este vil gusano por el corazón y la palabra divina escribir este libro- escribe Matilde de Magdeburgo. Y pidiendo a Dios un consuelo ante una amonestación humana que la había turbado le dice: Señor estoy turbada... me sedujiste al mandarme escribir. A lo que el Señor contesta: En manera alguna te turbes pues la verdad no puede extinguirse ni agotarse... El libro es triple y se refiere a mí. El pergamino que lo envuelve designa mi humanidad… Las palabras escritas indican la admirable divinidad… La voz de las palabras anuncia mi Espíritu vivificante… Mira ahora todas estas palabras, que manifiestan gloriosamente los secretos de mi sabiduría, y no desconfíes de ti misma”. 






Y en parecidos términos se expresa Margarita de Oingt:“Por esta razón ruego a los que lean este escrito que no saquen la equivocada conclusión de que yo presumo de escribir esto, pues debéis pensar que no tengo sentido ni instrucción que me permitiera sacar esto de mi corazón o escribir sino otro modelo, si la gracia de Dios no lo hubiera obrado en mi. Y lo mismo testimonia Hildegarda:“Oh frágil ser humano, ceniza de cenizas y podredumbre de podredumbre…anuncia y escribe estas visiones, no según las palabras de los hombres,…ni según la forma de su composición, sino tal como las ves y oyes en las alturas celestiales y en las maravillas del Señor; proclámalas como discípulo que, habiendo escuchado las palabras del maestro, las comunica con expresión fiel… Soy yo quien ha decidido todo antes del comienzo del mundo.”
Pero además las místicas no escriben para ellas solas, preocupadas por las que las rodean se embarcan en una relación pedagógica y en una transmisión activa: escriben para enseñar desde la propia experiencia. Sus obras son tratados mistagógicos, didácticos, que pretenden comunicar y enseñar; conducir las almas por el laberinto espiritual del ascenso/descenso hacia Dios, a estimular a una vida de amor. Se presiente con claridad la eficacia del texto, de la letra, de la palabra.
Por otra parte, los escritos de las místicas pretenden decir lo inefable de Dios. Nacen de una interiorización, de una búsqueda de identidad, de un ensayo de ser ellas mismas en sus textos un espejo de lo divino, un canal. Paradójica única vía posible para decir lo indecible y alcanzar libertad. Por eso tienen que inventar el lenguaje que de antemano saben que se les queda corto. Y es que el amor desborda los límites del lenguaje; las palabras parecen mentira y blasfemia porque Dios-Amando no puede ser explicado: “lo que digo lo destroza todo” (Ángela de Foligno). “Es como poner precio a cosas que no se podían hacer, pensar y decir, como haría aquel que quisiera encerrar el mar en su ojo, llevar el mundo sobre la punta de un junco, o iluminar el sol con un farol…”(Margarita Porete).
Implantadas en la Realidad descubierta como ofrecimiento gratuito de unión con el Dios Absoluto, Amor y Amante, la consecuencia directa es la libertad. Las místicas son desde la verdad de Dios, sobrecogedora y amada, mujeres libres.




Esta Alma –dice Amor- es libre, más libre, muy libre, insuperablemente libre, en su raíz, en su tronco, en todas sus ramas y en todos sus frutos de sus ramas. Tiene llena su medida de libertad, cada costado tiene su jarra llena. Si no quiere no responde a nadie fuera de su linaje… por ello quien reta a un alma así no la encuentra: sus enemigos no tienen respuesta.
Libres y desafiantes en la conciencia de sí mismas, como se aprecia en el epistolario de Hildegarda, que inspirada por aquella Luz Viviente amonesta las corrupciones de reyes y Papas. Y libres también para resistir el poder arbitrario de la jerarquía de la Iglesia.
Pero nuestras místicas son libres, sobre todo, para concebir y expresar la espiritualidad de un Dios distinto (afectivo, personal, interior e inmediato). Libres para hablar de sus experiencias espirituales. Libres para enunciar una teología en lengua materna desde una concepción diversa del poder de la razón. Teología que parte desde una aproximación diferente al texto sagrado y desde la utilización de una palabra primaria que utiliza lo más espontáneo e inmediato del lenguaje, y que ya no pasa por el instrumento convencional del intelecto.
Conscientes de su fragilidad, las místicas no pusieron en discusión la visión antropológica medieval de que la mujer o lo femenino son el símbolo de la parte física, concupiscente y material de la naturaleza humana, en contraposición al hombre, símbolo de lo espiritual y racional. Cuya consecuencia era destacar la debilidad estructural de la mujer y, por lo mismo, la necesidad de sumisión y su exclusión social.
Pero desde el vigor asombroso de una conciencia muy fuerte de un Yo que se sabe elegido para una misión, las místicas se sirvieron de esta dicotomía para demostrar que Dios había elegido en Cristo revelarse, precisamente, a las mujeres. Porque Cristo, Dios humanado y sufriente, asumió y amó la debilidad y el dolor; la inferioridad y la vulnerabilidad como lugar teológico de la revelación. Si la Encarnación había comenzado bajo el signo de la necesidad, de la pobreza, de la deficiencia, ¿quién mejor que el cuerpo de la mujer podía ser símbolo mismo de la humanidad redimida?




Porque muchas veces Dios omnipotente- señala el hermano Enrique a propósito de Matilde de Magdeburgo- escogió lo débil del mundo para confundir a los más fuertes.
Esta predilección de lo femenino como velo transparente de revelación humanada de Cristo, como lugar dentro del cual mora Dios, lleva a las místicas al empleo de expresiones atrevidas (el intercambio de corazones, la penetración en las llagas) que intentan explicar el traspaso total de una existencia centrada en el yo, a la entrega y abandono en brazos del Dios hombre, a la asunción de la pobreza radical de aceptar la lógica desposesiva del amor. Cada mística visiona, experimenta y padece una vinculación de su ser creatural con Cristo que no puede dejar de anunciar como sustancial a todo hombre y a la creación. Cada una pone su acento y su expresión. Cada una es una traza de Cristo reflejada en un alma particular y original.  Espejo nítido en el que Dios se refleja, ciudad gloriosa en la que habita Dios.
Pero en este ámbito hay una nota que especialmente nos gustaría resaltar.  El hecho de que dos de nuestras místicas se hallan atrevido a expresar la atrevida imagen teológica de que la segunda persona de la Trinidad es nuestra Madre.




Juliana de Norwich lo expresó claramente:
Y la segunda persona de la Trinidad es nuestra Madre en cuanto a nuestra naturaleza en nuestra creación substancial: en él estamos fundamentados y enraizados y el es nuestra Madre de misericordia al haber asumido nuestra sensualidad.
Y también para Margarita de Oingt Jesucristo es nuestra verdadera madre; el embarazo toda su vida, y el parto su muerte en la cruz:
¿No eres tú mi madre y más que mi madre? La madre que me llevó sufrió el parto un día o una noche, y tú, hermoso y dulce Señor, fuiste humillado por mí, no una noche o un día solo, sino que sufriste más de treinta años… cuando se acercó el tiempo en que debías parir, fue tanto el sufrimiento, que tu santo sudor fue como gotas de sangre que corrían por tu cuerpo hasta la tierra
¿Exuberancia verbal o hitos de la revelación del éxtasis? ¿Una vuelta de tuerca en nuestros conceptos sobre Dios que nos obliga a tomar conciencia de que decir a Dios es como  “llevar el mundo sobre la punta de un junco”, tratar de explicar lo inexplicable? No lo sabemos... (texto extraído de Kándida Saratxaga -O.Cist- Monasterio Cisterciense de Lazkao)

Margarita Porete, una poeta mística y "hereje"





Margarita Porete

Margarita Porete, o Marguerite Porrette, o la Porette (fallecida en 1310), fue una mística francesa de la corriente de las beguinas, autora de El espejo de las almas simples, libro de mística cristiana centrado en la noción del amor divino. Fue quemada en la hoguera en 1310 tras un largo juicio inquisitorial, habiéndose negado a retirar el libro de la circulación o renunciar a sus ideas.
Las únicas fuentes sobre la vida de Porete son las crónicas, parciales, de su juicio por herejía. Sin duda nacida a mediados del siglo XIII, se asocia a Margarita Porete a las beguinas, una importante corriente piadosa a la cual pertenecieron también Hadewych de Amberes y Heilwige Bloemart. Margarita se unía a una de las corrientes místicas medievales que se basaba en un diálogo directo con Dios y en una exaltación de su amor sin condiciones. Esta corriente nos ha dejado grandes nombres como Hildegarda de Bingen o Hadewych de Amberes.
Estas mujeres piadosas se consagraron a Dios y a la buenas obras, sin vivir forzosamente en comunidad ni obeceder a una regla. Margarita vivía en la región del Hainaut, según creen la mayoría de estudiosos en Valenciennes. En los paratextos de su libro (las famosas Approbationes) se la presenta como una "religiosa muy sabia". Expresó su misticismo en su obra "El espejo de las almas simples", en la que presentaba el Amor del Alma tocada por Dios y hacía entablar diálogos alegóricos al Amor y a la Razón. El obispo de Châlons, a quien ella presentó el texto, la acusó de herejía –seguramente por las implicaciones prácticas de las doctrinas del libro–.

El espejo de las almas simples

El título completo, Le mirouer des simples ames anientis et qui seulement demourent en vouloir et desir d’amour, contiene ya en sí lo esencial del pensamiento de Margarita Porete: la reducción del alma simple tocada por Dios al deseo y voluntad de Éste.
Escrito inicialmente en francés antiguo picardo, se tradujo al latín y otras lenguas y tuvo una amplia difusión. Algo del lenguaje, así como el formato alegórico de un diálogo entre personajes como el Amor, la Virtud y el Alma, reflejan una familiaridad con el estilo de amor cortés popular en la época, y da testimonio del alto nivel de educación y sofisticación de Porete.
Para Margarita, la persona que había logrado la unión en el amor con la Deidad estaba libre de las limitaciones de la Iglesia y parte de la iglesia más alta del espíritu”. En sus escritos afirma que cuando en el estado de amor contemplativo de Dios, el alma no tiene necesidad de misas u oraciones o de cualquier otra cosa”.  Con éstas afirmaciones, Margarita se acercaba peligrosamente a la “Hermandad del Espíritu Libre”.
Aunque la mayor parte del libro parece seguir un argumento racional y erudito entre diferentes partes, Porete defiende en definitiva que el alma debe dejarlo todo, incluso la razón. El "alma aniquilada" es aquella que lo ha abandonado todo excepto a Dios. Una de las características esenciales del libro es su finalidad eminentemente práctica: Marguerite pretende enseñar doctrinas para conseguir esta "simplificación" de la que se ha hablado, por ejemplo a través de imágenes.



Todos sus pensamientos, sentimientos y experiencias místicas los plasmó en éste libro. Con reflexiones profundas puestas en boca del Amor, el Alma o la Razón, Margarita ahondaba en la necesidad de dejarlo todo y no esperar nada en su camino de perfección. En sus propias palabras: El Alma, convertida en nada, sabe todo y no sabe nada".

Vosotros que leeréis en este libro
si lo queréis entender bien
pensad en lo que diréis,
pues es duro de comprender:
os hará falta humildad
que de ciencia es tesorera
y de las otras virtudes la madre.
Teólogos y otros clérigos
no tendréis el entendimiento
por claro que sea vuestro ingenio
a no ser que procedáis humildemente
y que amor y fe juntas
os hagan superar la razón,
pues son ellas las damas de la casa"  
  
El juicio

El juicio de Porete fue inusual: en la Edad Media hubo muchas místicas que (por definición) reivindicaban un contacto místico directo con Dios, sin necesidad de contar con el clero; y muchas de ellas (como Hildegard de Bingen, Catalina de Siena, Brigitta Birgirsdottir, etc.) no fueron vistas como sospechosas.





Las autoridades eclesiásticas habían advertido a Porete de que consideraban herética su obra, que fue quemada públicamente en Valenciennes por el obispo de Cambrai. Uno de los tabúes rotos por Porete era haber escrito su libro no en latín, sino en la lengua vernácula que era el francés antiguo. Le ordenaron dejar de difundir su doctrina y su libro, y al no acatar las órdenes fue finalmente detenida por el inquisidor local por herejía, pese a que Porete afirmaba en el libro haber consultado y recibido la aprobación de tres autoridades eclesiásticas, incluido el muy respetado maestro en teología Godofredo de Fontaines.
Los manuales medievales sobre el "discretio spirituum" (el juicio religioso sobre visiones místicas) emplazaban a los clérigos a servir en un papel de asesoramiento; sin embargo les advertían sobre su incapacidad última para hacer un juicio definitivo en tales materias (véanse los manuales de fines del medievo como "De probatione spirituum" de Gerson y "De distinctione verarum visionum a falsis"). Estos manuales pedían a los clérigos dar sabios consejos, no un juicio definitivo, advirtiéndoles que podrían equivocarse y acabar por oponerse a la voluntad Divina.
El jefe de la acusación fue el dominico Guillermo de París, entonces Gran Inquisidor de Francia, asistido por el franciscano Nicolás de Lira y por un gran número de clérigos, universitarios y juristas. Porete había sido detenida junto a su correligionario begardo Guiard de Cressonessart, también procesado. Ambos pasaron un año y medio encarcelados antes del inicio del proceso. Guiard se erigió en defensor de Margarita pero finalmente cedió a las presiones y se declaró culpable, por lo que fue condenado a una pena de prisión. Margarita Porete, sin embargo, se negó a abjurar de sus ideas, a retirar su libro e incluso a prestar el juramento requerido para proceder por el inquisidor, que la trató de "pseudo mujer". Finalmente, tres obispos teólogos la declararon culpable de herejía y fue quemada viva ante una multitud impresionada por su serenidad ante el suplicio.




¿Por qué? Debido a que tomó la espiritualidad fuera del mundo clerical y su lengua latina, y por lo tanto más allá del poder de las autoridades eclesiásticas. Las beguinas escribierón en las lenguas vernáculas cotidianas de Alemania, Francia y Holanda. Sorprende como en un tiempo en que la Iglesia tolerara a muchas mujeres místicas, defensoras de su relación directa con Dios, sin necesidad de intermediarios, Margarita fuera condenada a la más alta pena y sus palabras prohibidas y catalogadas de herejía. Incluso algunas de ellas también hicieron duras críticas a la Iglesia establecida pero no tuvieron el desdichado fin de Margarita.
A diferencia de otras figuras religiosas tales como Juana de Arco y Meister Eckhart, que fueron condenadas y rehabilitadas más adelante por la Iglesia Católica, es poco probable que la figura de Porete sea rehabilitada. Hasta 1946, cuando romana Guarnieri descubrió el nexo entre autora y libro, no se supo que fue ella quien había escrito el Espejo, copiado anónimamente o puesto bajo autoría masculina desde su muerte.
Émilie Zum Brunn apunta como posibles causas de su enjuiciamiento, razones políticas y defectos de forma en el juicio a Margarita. El Inquisidor General del reino de Francia que había llevado el caso era el dominico Maestro Guillermo de París. Confesor del rey Felipe el Hermoso, Guillermo había presidido tres años antes, en 1307, el controvertido proceso contra los templarios. Según argumenta Zum Brunn, la culpabilidad de Margarita no sería más que una compensación ofrecida al papa y a la iglesia tras el espinoso asunto de los templarios.




Tras la condena y ejecución de Margarita, su libro no desapareció. Tras su muerte, fragmentos de su libro fueron empleados en el Concilio de Viena para condenar por herética a la Hermandad del libre espíritu. Durante mucho tiempo aparecieron copias por distintos lugares de Europa sin apuntar su autoría. Tuvieron que pasar más de seis siglos para que en 1946 se identificara a Margarita como la autora de uno de los libros místicos más importantes de la Edad Media. 

Lista de otros cristianos condenados por la Inquisición:


  1. Ramirdo el Cambrai † 1076 aŭ 1077
  2. Pierre de Bruys († † 1130)
  3. Arnaldo el Breŝo predikisto († 1155)
  4. Gherardo Segarelli († 1300)
  5. Maifreda da Pirovano († 1300)
  6. Andrea Saramiti († 1300)
  7. Frato Dolĉino († † 1307)
  8. Margareta Boninsegna el Trento († 1307)
  9. Longino († 1307)
  10. Margareta Porete († 1310)
  11. Botulf Botulfsson († 1311) Svedio
  12. Jacques de Molay (12431314)
  13. Guilhèm Belibasta († 1321), aŭ Cathar
  14. Cecco d'Ascoli (Francesco Stabili) astrologo kaj poeto († Florenco, 16.9.1327)
  15. Francesco el Pistoia († 1337)
  16. Lorenzo Gherardi († 1337)
  17. Bartolomeo Greco († 1337)
  18. Bartolomeo el Bucciano († 1337)
  19. Antonio Bevilacqua († 1337)
  20. Michele Berti el Calci fratulo († Florenco, 1389)
  21. William Sawtre († 1401)
  22. John Badby († 1410)
  23. Jan Hus (13711415)
  24. Girolamo el Prago (13651416)
  25. Johana de Arko (14121431)
  26. Thomas Bagley († 1431)
  27. Pavel Kravař († 1433)
  28. Girolamo Savonarola († 1498)
  29. Joshua Weißöck (14881498)
  30. Jean Vallière († 1523)
  31. Hendrik Voes († 1523)
  32. Jan van Essen († 1523),
  33. Jan de Bakker († 1525),
  34. Wendelmoet Claesdochter († 1527), nederlandanino
  35. Michael Sattler († 1527)
  36. Patrick Hamilton († 1528)
  37. Balthasar Hubmaier (14851528), recidiva herezulo
  38. George Blaurock (14911529)
  39. Hans Langegger († 1529)
  40. Giovanni Milanese († 1530)
  41. William Tyndale (14901536)
  42. John Frith (15031533)
  43. Jakob Hutter († 1536)
  44. Bartolomeo Fonzio franciskano († Roma, 1538)
  45. Francisco de San Roman († 1540)
  46. Giandomenico dell' Aquila († 1542)
  47. George Wishart (15131546)
  48. Fanino Fanini († Ferrara, 22.8.1550)
  49. Giorgio Siculo (G. Rioli) predikisto († Ferrara, 23.5.1551)
  50. Giovanni Mollio religiulo (Romo, 5.9.1553)
  51. Francesco Gamba († Milano, 21.7.1554)
  52. John Rogers († 1555)
  53. Rowland Taylor († 1555)
  54. John Hooper († 1555)
  55. Robert Ferrar († 1555)
  56. Patrick Pakingham († 1555)
  57. Hugh Latimer (14851555), recidiva herezulo
  58. Nicholas Ridley (15001555)
  59. Bartolomeo Hector († 1555)
  60. Paolo Rappi († 1555)
  61. Vernon Giovanni († 1555)
  62. Labori Antonio († 1555)
  63. John Bradford († 1555)
  64. Pomponio de Algerio studento († Romo, 1555)
  65. Thomas Cranmer (14891556), recidiva herezulo
  66. Nicola Sartonio († 1557)
  67. Goffredo Varaglia († 1558)
  68. Gisberto di Milanuccio († 1558)
  69. Francesco Cartone († 1558)
  70. Antonio de Colella († 1559)
  71. Antonio Gesualdi († 1559)
  72. Giacomo Bonello († 1560)
  73. Mermetto Savoiardo († 1560)
  74. Dionigi di Cola († 1560)
  75. Ludovico Pasquali el Cuneo († Romo, 9.9.1560)
  76. Bernardino Conte († 1560)
  77. Giulio Gherlandi anabaptista († Venecio, 15.10.1562)
  78. Antonio Ricetto († Venezia, 15.2.1565)
  79. Francesco della Sega anabaptista († Venecio, 26.2.1565)
  80. Gian Francesco d'Alois poeto († 1565)
  81. Publio Francesco Spinola humanisto († Venecio, 31.1.1567)
  82. Giorgio Olivetto († 1567)
  83. Pietro Carnesecchi humanisto (Romo, 1.10.1567)
  84. Luca di Faenza († 1568)
  85. Thomas Szük (15221568)
  86. Bartolomeo Bartoccio († 1569)
  87. Francesco Cellario († Romo, 25.5.1569)
  88. Dirk Willems († 1569)
  89. Frato Arnaldo el Santo Zeno († 1570)
  90. Aonio Paleario humanisto († Romo, 3.7.1570)
  91. Alessandro di Giacomo († 1574)
  92. Benedetto Thomaria († 1574)
  93. Francisco de la Cruz dominikano (Lima, 1578)
  94. Diego Lopez († 1583)
  95. Gabriello Henriquez († 1583)
  96. Borro el Arezzo († 1583)
  97. Ludovico Moro († 1583)
  98. Pietro Benato († 1585)
  99. Francesco Gambonelli († 1594)
  100. Marcantonio Valena († 1594)
  101. Giovanni Antonio da Verona († 1599)
  102. Frato Celestino el Verona († 1599)
  103. Giordano Bruno (15481600)
  104. Maurizio Rinaldi († 1600)
  105. Bartolomeo Coppino († 1601)
  106. Assuero Bisbiach germana vojaĝanto († Bolonjo, 5.11.1618)
  107. Giulio Cesare Vanini filozofo itala († Tuluzo 9.2.1619)
  108. Kimpa Vita (16841706)
  109. Maria Barbara Carillo (16251721)


Antonello de Mesina: La Anunciación

¿Cómo podría acabar una entrada como ésta?... Me gustaría hacerlo con unas palabras de la monja Kándida  Saraxtaga de la Orden del Císter, que utiliza a modo de conclusiones de su trabajo sobre las Místicas Medievales: 
"Las místicas sitúan, pues, el mensaje de Dios invisible en lo concreto y en la finitud de la carne, con sus símbolos y arraigo en el inconsciente. Dios no habla desde arriba, sino que se rebaja asumiendo el simbolismo de un lenguaje humano de la carne, por lo tanto, libre y ambiguo.
Las místicas son mujeres que han encontrado su identidad personal recurriendo a Dios. Que su conciencia de un Yo fuerte, femenino y libre se debe a su relación de amor con Dios. Y esto es muy interesante en el momento actual de la mujer en el mundo. Porque, a lo mejor, a la justa demanda femenina de asumir papel protagonista en lo secular, le falte el componente espiritual de la relación con Dios que aportaría a su identidad un criterio de originalidad para no caer en trampa de la objetivación (corporal o de rol) asumiendo criterios del pensamiento único (masculino) políticamente correcto.
Al final la gran revelación de todas es el amor de Dios como nuestra esencia y nuestro destino de gloria: la divinización de nuestra carne. Por ello hay que transmitir la verdad de la bondad de Dios creador por todas sus criaturas, frente a cualquier práctica que ponga el acento de nuestra divinización fuera de la tierra.
Efectivamente en una época de cambio, como la que vivieron nuestras místicas, de miedo, de anhelos, de búsqueda: la mística se hacía profecía para gritar a todo hombre que el amor de Dios experimentado  nos envuelve (como los brazos de una madre), nos llama a su amor y nos conduce al amor.
Y además que  todo acabará bien".

Amén!. Como siempre os deseo que os haya sido útil e interesante.